Era el final, aquí comienza la historia. Alicia y Diego derribaron todo lo que habían construido. Separados por un abismo infranqueable.
Alicia renegó de todos los momentos compartidos, despreciando todos los logros y vivencias, en el pasado alegres. Diego maldijo la pasión guardada en su corazón y las palabras escondidas de su cabeza.
Ella sólo quería volver al pasado y recuperar los felices días idealizados por la angustia de la realidad que la asfixiaba. Durante días se dedicó a borrar su conciencia, sus recuerdos, los deseos… Eliminó las fotos y las canciones compartidas. Cambió los olores y endulzó los sabores. Lavó con desinfectante las caricias.
Él se sumergió en tareas interminables para no rozar la ausencia. Enterró los recuerdos en millones de códigos y palabras ininteligibles, forzando las conexiones entre la realidad y la imaginación, para diluir lo máximo posible el dolor y la ansiedad. Hasta no tener fuerzas. Desgastado se entregó al olvido.
Alicia a los pocos días, se regaló al frenesí de la nueva adolescencia para no envenenarse con el nombre no indeleble. Repasando instantes no adulterados que resultaron anacrónicos, calló en la cuenta de la vida lineal y pasajera, que no deja lugares de espacio y se muestran como complicadas relaciones.
Diego, claudicado por los reproches, se concentró en su mundo menos hostil, creando imágenes con sonidos diferentes. Deshaciéndose del olor de los besos y los abrazos cómplices.
Alicia recogió todas las tristezas, sufrimientos, deseos, susurros, amaneceres, soledades,…
Diego ordenó las ausencias, culpas, cabezonerías, desordenes, ansias, envidias, mentiras,…
En aquel momento, en el final, cuando la historia ya no tenía sentido… finalmente se dijeron adiós.
Basado en [secçao amores perdidos] – A. Guimarães – M. Santos