La calle

No sé muy bien como he llegado hasta aquí. Tirado como estoy, con las tripas intentando salirse de su sitio. Miro la cámara de fotos, ¡maldita!, a mi lado destrozada.
Trato de mantenerme lúcido, de no perder la ubicación.

Vine a pasar un tiempo feliz, aventuras y emociones de viajero tranquilo. Un recuerdo para una madurez sana, vida cumplida, dónde contar historias del abuelo. Y me encuentro en agonía, sin aliento.

Los recuerdos se agolpan. Siempre pensé en imágenes veloces de todos los momentos de la vida, pero sólo son los más cercanos: ésta mañana, dando el beso de buenos días a mi pequeña Claudia, viva, muy viva, con una energía que desborda alegría inmediata; el paseo matinal por la playa, en familia; el olor y el susurro del mar cercano, tan lejos durante todos esos días del año; el hasta luego y los besos, al anochecer en el cine de verano; la ciudad solitaria pero llena de vida.

La calle es estrecha y no muy larga. Hay dos personas a medio camino, y me fijo en ellas de pasada. Me llama la atención la foto de cartón de la bailaora en el balcón menudo, que resulta cómica y retrato por instinto.

.- ¿Bonitas fotos?
.- No tanto como quisiera – Contesto, por educación, un tanto sorprendido.
.- Si no sabes, no la quedamos nosotros.
.- Mejor sigo intentándolo yo – Me alarmo. No era una situación que esperase. Nada presagiaba un instante comprometido.

Uno de los fulanos se pone delante. Moreno, con un pelucón negro y cara de más de un enemigo.

.- Bueno, pero deja que lo intentemos nosotros – Espeta, brusco y acomodándose al espacio.
.- Tiene más valor sentimental que monetario. No vale la pena complicarse – Sin perder la calma. Intento calar el alcance.

Un movimiento furtivo por detrás, despejó las intenciones de los maromos. Sentí algo punzante en la espalda, cerca de los riñones que me dejó al principio paralizado.

.- No vale la pena – Insistí.
.- Nosotros decidimos la pena.

Caigo en la cuenta de que la toma de decisiones nunca ha sido lo mío. No valía la pena, ¡De verdad, Joder! Inclinándome ligeramente, me libré de la presión de la espalda e intenté correr sin destino, pero un empujón del moreno, me hizo aterrizar en el suelo, aniquilando la cámara de fotos ansiada.

El enjuto compañero se quedó de pie mirándome. Como perro de caza olfateando en la calleja. La mano tensa empuñando el mandoble.
.- Eres un cabrón – Me lanzó una puñalada que me ha abierto en canal. Dañina y certera. De primera división para un jugador como yo, que ha estado siempre en tercera en estos menesteres.

Ahora,… con la espalda en la pared, el alma se me va. Siento la punzada más dolorosa de la ironía al estar leyendo la placa de la calle… Cristo de la Sentencia.